Hace ya algunos años, la talentosísima Gabriela Acher, dijo que “el príncipe azul destiñe en el primer lavado”. Muchas de nosotras nos formamos con la fantasía de estas historias de príncipes y princesas que se despertaban del sueño eterno ante el primer beso de amor, tenían hijos (lindos), vivían una vida llena de perdices y morían viejitos y juntos.
Sin ir más lejos, todavía me parece escuchar los suspiros de mi madre y mis tías solteras cuando contaban la maravillosa historia de la princesa Grace de Mónaco y sus avatares en ese principado de ensueño, donde casi está prohibida la infelicidad.
Grace era joven, medianamente talentosa y lo suficientemente bella como para ser una princesa de esas que durante años nos mostró el siempre bien ponderado Walt Disney: un exagerado, porque nada es lo que parece y no todas las madres se mueren quemadas como la de Dumbo.
En verdad, nunca nadie nos contó cómo resultaron ser esos “príncipes encantadores” ante el primer embarazo de la susodicha plebeya o ante el llanto en la madrugada de los pequeños vastaguitos. ¿Habrán sido buenos padres, buenos amantes, maridos fieles o destiñeron lastimosamente?
Todas estas imágenes quedaron en el inconsciente colectivo y de alguna manera nos marcaron a fuego. Porque, mal que mal, esperando al príncipe algunas se casaron con el que pasó el repechaje y algunas todavía esperan aquel beso de amor que con el correr de los años y las modas nos lleva a lugares como Thinder, donde no hay saldos de príncipes, ni siquiera de segunda mano.
Hasta la mismísima primera dama Juliana Awada estuvo casada con un falso conde, Bruno Barbier, y mientras duró el rumor, más de una ha suspirado y secretamente, maldijo su buena estrella: “¿Por qué a mí nunca me pasa?” es la frase más remanida.
Pero la mentira tiene patas cortas, el pobre Barbier terminó desteñido y seguramente Gabriela Acher habrá pensado “te lo dije”. Algo similar a lo que seguramente le dijo Zulema Yoma a su hija de nombre ídem, cuando plantó la fantasía de que el italiano con el que contraía matrimonio era en non plus ultra de la nobleza italiana.
También en esas historias siempre había una madrastra mala, con un lunar horripilante y uñas de bruja, que venía a estropear –estropiar, decían las abuelas-, la vida de la bella princesa virgen y hermosa. Pero el tema de las madrastras es más complicado porque los cambios de costumbres y las nuevas familias la han puesto en un lugar real, pero acompañada de toda la mala prensa de las cuentos infantiles.
A veces escuchamos a algunas nenas o adolescentes hablar de “la mujer de mi papa” y la tratan como a la famosa madrastra de Blancanieves, la portadora de la manzana envenenada (y se acuesta con el progenitor).
Cuando una pareja se separa, por lo general da a los hijos las explicaciones del caso pero pareciera que muchas veces no terminaran de procesar los temas pendientes y después los hijos ven a la nueva pareja como la madrastra con verruga, que lo único que quiere es quitarle el tiempo y el amor del papá, lo que es verdad, seamos sinceras, pero también, pasajero: la verruga se cura, el tiempo se agota y papá, envejece.
De la misma manera que para que haya un papá tiene que haber una mamá que dé un paso al costado, que se corra; cuando aparece una nueva pareja somos las madres, las ex, las que tenemos que colaborar en la formación de ese vínculo. Sobre todo, porque esa nueva persona va a pasar tiempo con nuestros hijos.
Muchas mujeres pasamos por estas situaciones y cuando nos toca ser la “novia” la remamos y remamos porque nos damos cuenta de que están esperando que saquemos la manzana.
Y cuando te toca ser la “ex” sería bueno consultar con tu terapeuta como afrontar esta nueva situación, la de ayudar a nuestros hijos, sobre todo a nuestras hijas, que son las que van a entrar en competencia con estas nuevas brujas. Y a nosotras, tener en cuenta que la adolescencia es una edad difícil, que implica paciencia y saliva y hasta una manzana con tranquilizante.
Pero no nos engañemos, nunca podemos hacernos cargo de algo de lo que no se habló y no se comunicó bien desde el primer momento. Eso, ya nos excede. Y ahí, vaya a saber una dónde quedó el príncipe, donde la princesa y cómo cayó ahí la madrastra.